¡Bienvenida! ¿Hoy es tu primera o segunda dosis?, dice una voz con impostada alegría, aunque creo que así es la entonación en esta parte del planeta. Primera. Respondí con una natural alegría. ¡Entonces es un gran día! Sí, repliqué. Por esta fila, por favor. Avanzo por las filas 1, 2 y 3. Confirmo mis datos 1, 2 y 3 veces. Mientras avanzaba en las colas, miraba a mi alrededor. Estaba en lo que parecían los pasillos de un teatro moderno. A diferencia de la mayoría de las personas a mi alrededor, 99 % blancos americanos, yo había caminado 40 minutos para llegar y estaba acalorada y sudorosa. El resto, en cambio, se veían frescos y tranquilos. Los 40 minutos caminados, una vez más, me hicieron sentir que esta es una ciudad solitaria, solo pájaros y ardillas me acompañaron, eventualmente algún deportista. Pero ahora viendo la cantidad de gente reunida en este espacio, la ciudad no se ve más solitaria. Se siente llena de vida, pero tal vez mejor le calce llena de vidas que quieren preservar sus vidas. La mayoría con doble mascarilla, cosa muy rara en USA, con la distancia y a la espera de su vacuna.
Mientras caminaba, cual Caperucita por el camino corto, pensaba lo genial de la integración de los bosques en esta ciudad. También, que fácilmente puedo desaparecer por acá y nadie sabrá jamás qué pasó conmigo. Que algo se mueve detrás de los arbustos y espero que solo sea un ciervo. Que he visto anoche un documental sobre los osos negros que habitan en Carolina del Norte. Que mi cita es a las 2:30 y es la 1:30, así que estoy bien de tiempo y me detengo a tomar fotos y hacer videos. Que me encanta caminar y lo suertuda que soy de poder hacerlo hoy. Sigo caminando, miro el mapa en el celular en cada curva y cada vez que el camino se bifurca para asegurarme de no estar perdiéndome. Ya llevo 30 minutos caminando y según Google Maps estoy a la mitad del camino. Sigo caminando y de pronto ya no lo disfruto tanto, con mascarilla, gorro, lentes oscuros y a 25 °C esto se está poniendo un poco incómodo. Creo que no debí parar tantas veces por las fotos y videos porque mi cita es a las 2:30 y no quiero perder mi turno. Ya por fin voy llegando y ahora camino entre estacionamientos. Pienso en lo afortunada que soy por estar en este momento y en este lugar, de poder recibir la vacuna contra la COVID-19 sin quitarle la cola a nadie, sin mentir ni ocultarle a nadie.
Ya en la cola, y a minutos de recibir mi vacuna de una sola dosis Johnson & Johnson, me cuestiono sobre merecer o no esta vacuna que está esperando por mí al final de la fila 3. Soy residente legal en este país, me he inscrito a través de las plataformas de este gobierno cuando han abierto la vacunación para toda la población en este estado. Ya pasaron las personas de primera línea, las de alto riesgo y ahora nos toca al resto. Pero pienso en mi casa y en todos los que por allá deberían estar protegidos antes que yo. En las pocas vacunas que van goteando hacia Perú, mientras países de primer mundo han acaparado vacunas para todos los suyos y más. Cierto sentimiento de culpa me invade y trato de convencerme de cambiar esa sensación por gratitud. Veo los paneles de propaganda "provacuna" que abundan al rededor, "Take your shot-Take your shot-Take your shot". Pero la natural alegría con la que llegué se me desfigura un poco por tener este beneficio que me coloca en un lugar privilegiado.
Los privilegios son beneficios, oportunidades, accesos, bondades que vienen acentuados en ser-solo-para-algunos. No les llega a todos por igual. Una oportunidad que la tienen unos y que se les niega a otros. Podría ser en retribución también, pero muchas veces es adquirido por discriminación, por una vida en burbujas que permite repartir entre unos cuantos. Como una persona desde un balcón, con su gin and tonic, viendo pasar el huayco por la vereda mientras con el impermeable y los lentes de sol, no se ensucia y, a veces, ni se entera.
Pensaba todo esto desde mi cola para la vacuna. Pero en mi cabeza también sonaba la voz de Carlos diciéndome hace unos días "ahora esta es tu comunidad", "ahora esta es tu casa", "esta es tu ciudad". Me lo decía cuando conversábamos sobre la vida dividida de un migrante entre mantener los lazos con la ciudad que ha dejado a riesgo de perder la noción del contexto en el que vive. Y viene como flash la voz de mi profesora de educación física del cole "balaaance-balaaance-balaaance" que repetía y aplaudía para que lleváramos el ritmo en las calistenias, ese ritmo que yo nunca podía mantener. Debo encontrar el balance, borrar mi sentimiento de culpa, cambiarlo por gratitud y, en automático, ya estoy sentada frente a la enfermera que me dice ¿Qué brazo es el elegido? Izquierdo, respondo. Parece como si hubiera estado caminando entre nubes, ensoñada y de repente ya estoy encendiendo la cámara de mi celular y con una impostada alegría le digo a la enfermera smile for the picture y ella sonriente, me pincha el brazo y mira a la cámara.
Salgo agradecida con la vida y el momento que me toca vivir. Como ayer, antes de ayer y como trato de hacerlo cada día desde hace 2 años, aunque a veces no sea fácil de encontrar motivos. Me han recomendado tomármelo con calma por los posibles efectos secundarios y decido regresar en bus. Al día siguiente despierto con la cabeza algo adolorida, me veo en el espejo con los ojos hinchados, china, el cerebro lo siento adormecido, como en resaca. Todo el día me lo paso agotada, arrastrando mi cuerpo por nuestros 50 metros cuadrados de hogar. Por la tarde, me siento a escribir, reviso noticias y leo sobre las elecciones y la pandemia. Escribo un párrafo más. Veo mis fotos, leo más sobre las elecciones y, de repente, una noticia causa mi carcajada. La vida te da sorpresas, a veces, cachetadas. El lugar donde recibí la vacuna ha reportado extraños casos de efectos secundarios el día de ayer "Carolina del Norte pone en pausa la vacunación con Johnson & Johnson".
Al día siguiente amanezco mejor, más fresca. Noticias de Johnson & Johnson son lo primero que veo luego del pronóstico del tiempo. Tres estados ya van pausando la vacunación de J & J debido a extraños síntomas post vacuna, pérdida de conciencia, personas hospitalizadas. Sigo leyendo y encuentro una noticia de la semana pasada que me pone más suspicaz. En esta se reporta que en una planta de producción de J & J hubo errores en la fabricación. Mezclaron los ingredientes de J & J con los de AstraZeneca, la noticia también indica que se desecharon esos lotes de vacunas, pero ya mis carcajadas se empiezan a "psicosear". Pero no. Le pongo freno al "psicoseo", me río, no me queda más que reír. Me veo en el espejo. No hay 3 ojos aún. Me siento más fresca que el día anterior. Pienso que esta noticia no va arruinar la gratitud con la que me quedé luego del rosario de pensamientos entre culpa y gratitud que me atacaron hace un par de días. Vuelve a mi cabeza el "balaaance-balaaance-balaaance". Creo que si hubiera visto más noticias de la vacunación por acá, en lugar de la llegada de vacunas por allá, tal vez hubiera puesto en pausa mi vacunación personal con J & J o hubiera elegido otra vacuna. Carlos tenía razón con esto de "ahora esta es tu comunidad".
Si viviera en Perú, vacunarme hoy sería un privilegio, pero ya no vivo allá sino en USA. Y vacunarme acá es mi derecho. Pero estar acá es, de una forma, un privilegio. Viajar es para otros una posibilidad negada. Estamos acá por nuestro esfuerzo y el de nuestros padres y el de los padres de ellos. Cada uno, en su momento, dio un paso para ser quienes somos ahora y tener lo que tenemos. No es gratuito. Pero no es una oportunidad que se les de a todos tampoco. Y eso es algo que siempre me trae un poco a tierra. Sobre todo ahora que termino de escribir esta página mientras miro los resultados de las elecciones presidenciales de Perú. Sorpresa para los que viven en burbujas, lo natural para los millones de peruanos que votaron por una voz empática a sus urgencias, tan diferentes a las de quien ve desde su balcón el huayco pasar por la vereda sin ensuciarse. Lima "moderna" o, mejor, Lima "ciega" por sus privilegios ha mostrado una vez más estar de espaldas al resto del país. Yo no quiero estar de espaldas al país, pero es fácil aislarse en una burbuja, cerrarse y no ver que las necesidades del otro pueden ser diferentes a las mías e igual de necesarias. Todos de alguna forma estamos en una burbuja. Toca analizarse siempre, como lavarse los dientes o cortarse las uñas, y reventar la burbuja, pisar tierra y construir comunidad.
No puedo negar que los resultados de las elecciones me dejaron triste. Mis prioridades no son las mismas que la de millones de mis compatriotas. Estaba segura que no eran las mismas que la de los miles de votantes de la extrema derecha, de la derecha no tan extrema y de cualquier extremo que niegue la igualdad de derechos y oportunidades, pero pensé que tenía más comunidad simpatizante con mis ideales. De alguna manera, también estaba en ese balcón que criticaba. Las burbujas son transparentes y a veces no te das cuenta que revientas una y detrás hay otra que te distorsiona o te tapa lo que pasa allá afuera.
Volviendo a la vacunación, han pasado algunos días más. Las noticias de J & J siguen captando mi cautelosa atención. Se ha parado la vacunación con este laboratorio en todo el mundo. Los efectos secundarios parecen ser un tema para seguir observando. Yo estoy bien, habituándome a mi nuevo espacio donde las limitaciones de las actividades cada vez son menos, las calles se van llenando más, la gente reclama su antigua normalidad y, a veces, me contagian esa ilusión de poder volver a como se era antes. Sin embargo, cada vez que hablamos con los que dejamos en casa, con el susto en aumento, con la incertidumbre en ebullición, solo quiero traérmelos a todos por la pantalla para que dejen el miedo y podamos abrazarnos y, haciendo uso una vez más de esos odiados privilegios, también puedan vacunarse. Odiados y bendecidos privilegios que todos tenemos y que se acentúan más frente al caos.
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