La muerte llegó por WhatsApp y yo no sentí nada. ¿Cuánto tiempo tarda una noticia podrida en empezar a podrirte? No lo sé. Abrí los ojos a un nuevo día que aún estaba oscuro y frío. Vi los mensajes de hacía unas horas, horas en las que dormía, horas que serían las últimas que en alguna parte de mi mente estarías guardada en el casillero de los amigos que no ves, que no necesitas, que tal vez veas y cuando esto suceda será genial, que amas, que están vivos.
Tu vida tuya de ti fue parte de mi vida mía de mí. No, no es verdad. Una parte de tu vida, tal vez tan mínima, tan efímera, tan corta fracción de tu vida que tú misma ni lo recuerdes. Pero hoy, acá en el piso mientras la entrenadora sigue alentándome para que mis oblicuos se ejercitan y tener tensa mi panza, acá veo tu vida, los flashes que conozco de tu vida, como una repetición de capítulos de una serie que no veía hace tiempo. Una serie de tu vida que andaba en su temporada 38 y que llegó a su fin. Así, en play automático pasan las escenas por mi mirada perdida. Con pena, con alegría y con rabia veo esas historias que me permitiste compartir contigo. De pronto, mis ojos vuelven a la pantalla del celular donde está mi entrenadora contando los abdominales que hace rato perdieron cuenta y perdieron mi interés.
Vaya que nos divertimos, cuántos kilómetros de Lima habremos aplanado, cuántos cigarros habremos compartido, cuántos consejos no seguidos habremos soltado al viento. Viejas historias parecen desempolvarse y lucirse como si hubieran sido ayer. Pero no fue ayer, ni el día anterior, lo cierto es que dejamos de compartir historias y Lima extrañaba hace tiempo nuestros pies al mismo ritmo paseándose por sus calles, y mucho humo dejo de ser nuestro. Más aún, los consejos no seguidos decidieron silenciarse hace mucho. Nuestras huellas se alejaron y aunque, de cuando en cuando, algo te traía a mi presente, en verdad éramos el pasado de la otra.
No creo que todo pasado haya sido mejor, no hay cosa que valore más que el hoy y el minuto que ahora mismo sucede. Pero, eso no me impide ver cuán felices fuimos juntas. Cuanto bien nuestra compañía nos hizo, cuánto vacío llenamos. Como dos piezas de rompecabezas que no encajan pero que la suerte empujó y pujo y juntó y unió porque no había otra ficha que quedara mejor. Tal vez mi vida verde-azulada y la tuya roja-gris se hicieron balance, tal vez tu necesidad de ser cuidada y mis ganas de cuidar de alguien, tal vez mi soledad y tu rebeldía, tal vez los silencios que no nos eran incómodos, tal vez nuestra inconformidad con la injusticia, con el desgano, con la mediocridad. Tal vez solo la soledad de nuestras almas tristes.
Y cuando tu rojo y tu rebeldía y tu desgano me hicieron daño, me fui. Y cuando mi soledad y mi silencio y mi mediocridad te hicieron daño, te fuiste.
Mis ojos se nublan por una cantidad obscena de agua salada. El mar me invade desde los ojos y mi cuerpo convulsiona como olas que golpean la orilla y me quedo flotando en mi llanto. La noticia de tu muerte me ha alcanzado. No sé cuándo dejaré de llorar, tal vez nunca, tal vez mañana. No sé si mi llanto te alcance, como despedida, como telegrama, como homenaje. Tal vez puedas escuchar en él mi oración, espero que encuentres paz, espero que encuentres paz, espero que encuentres paz.
Creo que la muerte es parte de la vida y pienso que creerlo no es cinismo si no, realidad. Una muerte sentida es muy dura, pero también es la manifestación de la felicidad sentida y compartida o no. Comparto contigo, no la muerte, sino, tu dolor.