Hace pocos años, a través de las redes, he empezado a ver que las mujeres hablan con mayor naturalidad de la menstruación. Al comienzo, debo admitir que me impactó un poco. Luego, entendí que esto reclama, por un lado, la libertad de poder hablar con naturalidad de lo que es natural y, por otro lado, que la tendencia de nombrar las cosas por su nombre es una oleada que va apoderándose de todo ámbito porque urge. Y la regla es un proceso del cuerpo, algo que le sucede todos los meses a la mitad de la población. No hay razón para bajar la voz al hablar de ello. Por eso, me gusta que se ponga el tema en la mesa y sin vergüenza, que se diga que somos cíclicas y, como tal, que nuestro cuerpo y nuestras emociones cambian debido a las hormonas. Cada día, ese cóctel de hormonas gatilladas desde nuestros ovarios es diferente. Por ello, también nosotras lo somos.
Yo era de las que, si una chica justificaba alguna ausencia o debilidad por encontrarse con la regla, se indignaba. Siempre he tenido un rollo con sentirme fuerte y segura. Pero ese es otro tema. Lo cierto, sí, es que anulaba o minimizaba los síntomas premenstruales y, además, me avergonzaba del tema. Crecí en una cultura en la que las toallas higiénicas se vendían envueltas en papel periódico dentro de una bolsa negra. Donde en "tus días" no te sacabas la casaca amarrada a la cintura para prever mostrar alguna mancha en tu pantalón. Donde sacar una toalla de la mochila era un momento finamente calculado: elegir con qué la tapabas, luego ejecutar un movimiento rápido para meterla al bolsillo y, al final, lanzarse en veloz caminata hacia el baño. Qué ridículo suena eso ahora. Sin embargo, aún me quedan reminiscencias de esos pudores.
En febrero de 2020, a semanas de empezar el encierro, me diagnosticaron el inicio de la menopausia. Perimenopausia prematura, para ser más precisa. En Perú, el promedio de edad para el inicio de la menopausia es de 48 años. La perimenopausia es ese tiempo en el que el cuerpo empieza a tener cambios hormonales, aunque todavía hay menstruación de forma irregular. Esto puede durar meses, incluso años. La menopausia recién es declarada luego de 1 año sin regla. Yo, a mis 37 y con algunos desórdenes hormonales, estaba en ese limbo de la transición. No fue un balde de agua fría, no sentí que mi vida había terminado, ni vi la juventud alejarse con el diagnóstico. Pero sí fue un tema que anduve rumiando por varias semanas. La mayoría de ellas con risa, pensando que nada es casualidad en esta vida.
Previo al diagnóstico, pasé por varios análisis para identificar el por qué del cese de mi periodo menstrual. Los exámenes de sangre, orina, ecografías permitieron descartar tumores, problemas de hipófisis o enfermedades autoinmunes. Pasé por varios médicos a propia sugerencia de ellos, quienes recomendaban análisis e interconsultas para descartar posibles fatalidades. Solo el 1 % de las mujeres presentan menopausia siendo menores de 40 años. Por ello sus precauciones. Entonces, agendé visitas a ginecóloga, endocrinóloga y reumatólogo. Todos coincidieron. Los niveles hormonales no mentían. Mi estrógeno, progesterona, FSH, prolactina y testosterona eran como los de una mujer de 48. Uno de los doctores se preocupó por mis planes de fertilidad y sugirió apurarme con la reproducción. Otro quiso medicarme para evitar los calores. Yo opté por dejar que la naturaleza siga su curso.
El momento en que llegó esta noticia era uno en el que me sentía como en una adelantada jubilación. Por eso pensaba que nada es casualidad y, por eso mismo también, mis risas intentaban conectar uno a uno los puntos de mi desprogramada menopausia. Estar jubilado es en francés "être à la retraite"; me gusta más cómo suena así. Se dibuja una glorieta en mi mente, una glorieta con buganvilias y un viejo sentado a la luz del sol. Yo había elegido, voluntariamente, salir del sistema convencional de trabajo. Bajar la velocidad en la que vivía. Estar en casa más tiempo. Poder desayunar, almorzar y cenar sin mirar el reloj. Disfrutar de ir al mercado. Leer. Escribir. Tomarme el tiempo para aprovechar la luz del día en un parque y ya no solo a través de la foto de mi protector de pantalla de la computadora. Y, sobre todo, elegir los trabajos que me hacían feliz. Hacía unos meses que había iniciado ese cambio de vida, había renunciado a mi trabajo para priorizarme y estaba moldeando con calma la vida que quería para adelante.
Las palabras que la doctora pronunció, menopausia prematura, le hacían honor a ese momento de "jubilación" en el que me sentía. La doctora, además, me narró las consecuencias de este momento que estaba llegando y que ya había estado descubriendo sin entender bien el porqué. Los bochornos, la pérdida de tonicidad muscular, los cambios en la piel, la visión de la edad coloreada con arrugas y canas en el espejo y las transformaciones en la memoria y en mis estados de ánimo. Todo ello era la evidencia tangible de que mi vida cambiaba. Aunque todas esas características pueden sonar mal, nada me preocupó más que el tema mental.
Cuando me vino la regla por primera vez, yo, ignorante ante la vida, no entendí qué pasó. Ahora que me enteraba de esta proximidad de la menopausia, ignorante ante la vida, tampoco entendía qué pasaba. Luego de las visitas a los doctores, me tocó mi investigación personal. Poca información encontré. Todas, claro, orientadas a mujeres mayores de 50. Muchas optimistas tratando de enfocarlo como un renacer, que está bien, hay que recibir con buen ánimo los cambios. Pero casi nada encontré para una persona de 37. Hace unos años, no muchos, lo típico con la menopausia era medicar, suplementar para retardar el envejecimiento y engañar un poco al cuerpo. De manera externa, se suplía de estrógeno y progesterona, que el cuerpo había decidido dejar de producir. Los efectos secundarios de esas indiscriminadas recomendaciones cambiaron luego ese enfoque médico. Ahora, se lo piensan dos veces. Aunque aún siguen proponiendo el tratamiento hormonal si los síntomas son difíciles de manejar, como me lo sugirió uno de los doctores también.
Toda la información que encontré relaciona la menopausia con la vejez. Poco se sabe de porqué se adelanta, puede ser por temas genéticos o algunas enfermedades. De lo que no hay duda es que, cuando los ovarios envejecen y dejan de producir hormonas, esta carencia impacta en diferentes sistemas en los que intervienen. Por ejemplo, el estrógeno ayuda a mantener abiertos los vasos sanguíneos. Esto evita que las mujeres presenten problemas de colesterol e infartos y, a nivel del cerebro, evita los derrames. En consecuencia, estos problemas se observan mayoritariamente en hombres, al menos hasta cerca de los 70 años. La falta de estrógeno también impacta en el sistema óseo. Con ello se generan problemas de osteoporosis. Otros efectos que se ven son incontinencia urinaria, incremento de grasa y peso, y hasta problemas de boca seca. Sin embargo, lo que captó toda mi atención fue que la demencia y el Alzheimer son más comunes en mujeres que en hombres, al igual que los dolores de cabeza, migrañas, ansiedad y depresión. Debido a que ahora se sabe que los ovarios están en constante comunicación con el cerebro, se está estudiando su relación con la menopausia, ya que la falta de estrógeno en el cuerpo genera también un vacío en el proceso natural de las sinapsis en nuestro sistema neuronal.
Cuando recién me enteré de los cambios que mi cuerpo experimenta, por ese pudor que aún me hace sombra, me dio un poco de vergüenza hablar de la menopausia. También, por aceptar frente al resto, la llegada de la vejez, además del incómodo estigma de la mujer menopaúsica. Pero pasó poco para que empezara a hablarlo con todo aquel que me preguntaba cómo estaba. "Estuve haciéndome unos chequeos médicos y, bueno, estoy en la menopausia". Lo repetí varias veces para que me empiece a sonar natural, para digerirlo más normal, para anunciar la evidente vejez que -pensaba- empezaban a ver en mis ojeras y sudores repentinos. Lo interesante fue saber que no estaba sola en esto. Algunas amigas andaban en similares acontecimientos en sus vidas. Otras, claro, se horrorizaban al preguntar mi edad. Las menos, entraban en negación recomendándome que busque otros diagnósticos menos "malos", más "acordes".
Creo que lo bueno de hablarlo fue dejar de dar la respuesta fácil de "estoy bien" cuando había temas que estaban rondándome la mente. Hablar de la regla con más naturalidad y dejar polvorientos pudores que en nada ayudan. Y, sin ánimo de causar hipocondrías, hablar de los síntomas que tenemos puede ayudar a otros a estar alerta a los cambios mentales, físicos y psicológicos. Compartir este tipo de información puede ser útil para otros también y ayuda a no sentirse solo. Además, empezar a normalizar la vejez y dejar de sentirla como una enfermedad o algo malo es más que beneficioso. Así como la niñez o la adolescencia, la vejez llega y es normal. Parece que, como las toallas higiénicas de mi infancia, quisiéramos esconder la vejez detrás de un papel periódico y una bolsa negra. Puede que mi edad no diga que estoy acercándome a la vejez. No para la mujer promedio. Pero mi cuerpo está cambiando, pasando a otra fase y es una etapa de la vida que hay que aceptar y aprender a vivir con naturalidad.
Puede que todos esas características ligadas a la menopausia suenen devastadoras, definitivamente no las leí con emoción. En la práctica, pareciera más conveniente que la regla se retire lo más tarde, así los sistemas de tu cuerpo no se desequilibran pronto. Pero no podemos evitar que el cuerpo cambie. Ahora que se sabe más de los efectos de la menopausia, pueden sonar deprimentes comparados con el brillo de la juventud. Pero mejor es saber sobre ellos y poder hacer algunos ajustes en la vida que ayuden a ser más sencilla la transición. Ya pasó más de 1 año de aquel diagnóstico. Mi regla va y viene, el punto estético asociado a la juventud es importante, pero a mí me sigue preocupando más la relación de mis estrógenos, en plena extinción, con mi memoria y mi lucidez, que siguen en evolución. Observo mis procesos sin alarma pero alerta. Lo que sí me sigue manteniendo con una alerta irónica es esa "coincidencia" de la jubilación de mi vida laboral y la jubilación de mis ovarios casi de forma sincronizada. Alerta, porque nada es casualidad, y esos cambios que creía eran racionales, voluntarios y conscientes, tal vez solo reflejaban
los cambios naturales de mi cuerpo.
Bueno, yo si discrepo con la inexistencia de la casusalidad. Creo que ella existe y tomarse un descanso laboral, no necesariamente es una jubilación, mucho menos en los tiempos actuales en los cuales, los jóvenes renuncian a sus trabajos constantemente, toman sus descansos y vuelven a iniciar el ciclo laboral en otra entidad.