Una de las comunidades que voy formando por acá es el grupo de parejas de estudiantes extranjeros. Algo así como un AA para familias de expatriados. Un grupo de soporte para los que hemos venido con los estudiantes. Ellos se mudan con la tarea de sumergirse en muchas horas de estudio, aprendizaje y agregar un título a su CV. Y, también un poco, sumergirse en un distanciamiento de la realidad para concentrarse en sus labores académicas. Algunos vienen con su cable a tierra, su familia. En el grupo, somos 5 más la moderadora y, compartimos risas, lecturas y juegos, por ahora, solo a través de Zoom.
En uno de los primeros encuentros me pidieron que preparara una presentación de mi país, Perú. Cada una, en su momento lo ha hecho. Yo había visto semanas antes la presentación de Pakistán. Me gustó conocerlo, no a través de un programa de viajes, ni a través de ojos de turista, sino a través de 1 hora de relatos reales de una persona real. En sus historias, encontré similitudes con las mías. Me he perdido la de Turquía y Corea, porque estas chicas, que han llegado con sus bebés, o incluso, han llegado a ser madres acá, ya tienen algunos meses de conocerse.
Y, entonces, me tomé en serio mi tarea y me puse a pensar en mi país a semanas de haber llegado acá. Fue un difícil ejercicio, por momentos doloroso, justo en estos momentos de caos social, político y económico, tener que poner en unas cuantas láminas qué es Perú. Con todos estos sentimientos encontrados sobre el país de donde vengo, me resultaba complejo decir qué es Perú, porque eso es también decir un poco quién soy yo.
Y digo que fue doloroso porque, además de la incertidumbre que se vive por allá por la pandemia, en época de elecciones las diferencias se acentúan más y se nota con más claridad todas esas arrugas y verrugas que las personas traemos llenas de prejuicios, de ignorancia, de privilegios y burbujas. Es penoso ver, o más bien recordar, cómo las personas buscan un representante que les proteja sus intereses, pero estos intereses muchas veces parecen ser solo más beneficios para un grupo, más olvido para otros, más desprecio para muchos. Por momentos la pena, se convierte en rabia. A pesar de ello, agarré el pañuelo lleno de mocos por la esquina más limpia y traté de bailar una rítmica marinera con él y describí un Perú desde las fotos mías y de Carlos.
Les compartí el Perú que más me gusta a mí, que es el de su mundo natural, el de su historia. Desde el recuerdo de mis aventuras recorriéndolo. Con eso me volvió la sonrisa porque, por fortuna, lo he recorrido algo. Tras una breve introducción a la ubicación en el espacio y algunos indicadores, repasamos su rica historia, sus enormes recursos y su colorida comida. Les conté de los lugares de las fotos, mis favoritos, los que había elegido cuidadosamente recordando lo genial de cada uno de esos viajes.
El reto además fue hablar en inglés sin parar por 1 hora. Y sin querer, porque pensé que lo haría en menos de 30 minutos. Me trabé, me corregí, usé mi spanglish e incluso prometí que cuando mejoren las cosas les cocinaría algo rico de mi país, pero "veganizado" pues no como nada animal. Todas muy emocionadas asentían tras sus pantallas. Justo cuando pensaba que podía acabar la presentación cual una marinera salerosa, empecé a dejar salir con pena y rabia la incertidumbre, la inequidad, lo mucho que falta por cambiar, por hacer, por lograr. Les dije de mis sentimientos encontrados y no pude callar mi pesimismo. Pero como una buena marinera, di un giro, elevé el pañuelo y sonreí. Ellas asintieron con sus cabezas; creo yo que reconociendo esas rajaduras en sus historias también.
Conocían poco de Perú. Habían oído hablar de Machu Picchu y nada más. Me agradecieron luego de la presentación y entendieron, a pesar de mi inglés trabado, que me había sido difícil resumir en unas cuantas láminas lo que quería mostrar, lo que quería que conocieran sin espantarlas demasiado, y lo diverso de la realidad del Perú.
El propósito de las reuniones de todos los viernes a las 10:30 es relajarnos. Las familias expatriadas pueden sucumbir ante la soledad, la distancia y la falta de arraigo. Me parece genial la idea y lo disfruto, pero aunque pensé que sería un bonito ejercicio, me ha "denseado" un poco el ánimo todo esta amargura que he tratado de transformar en optimismo. Nos despedimos hasta el otro viernes, pero las sonrisas por los recuerdos no logran borrar todo este cambalache de emociones que siento hacia mi país. Visto desde acá y con binoculares para sentirme cerca, viendo todos los días los noticieros, y manteniéndome al tanto de las novedades, trayendo el tema en las llamadas con la familia y amigos, tratando de no perder el vínculo con lo que pasa y con lo que no quiero que pase, veo entre la neblina que estamos en una revolución. Momentos de cambios. Y los cambios son caóticos, rompen, quiebran, incendian. En verdad espero ansiosa que sea el anuncio de muchos cambios necesarios y no solo un bache momentáneo para volver a lo mismo.
La compañera de Pakistán nos contaba de su realidad. Las mujeres marginadas sin reclamar sobre su rol relegado, sobre su sumisión porque así es lo que su gobierno, su religión y su familia les ha enseñado. No lo veían malo porque no tenían con qué comparar, hasta la información y la educación se les había negado, y ellas aceptaban porque era lo que les tocaba, y porque quien reclamaba era castigada o incluso matada justificándolo en sus creencias agraviadas. Pero contaba que hace pocos años hay mujeres que han empezado a tomar las calles y a alzar sus voces. Que hay mujeres que ya no quieren más la opresión, y aunque las encarcelen y aunque las maten, están en revolución. Acá también están en su propia revolución. Black Lives Matter, Me too, StopAsianHate y tantas otras voces que se alzan en Estados Unidos de Norte América. Al conocer un poco más de la realidad de acá, de los países de mis compañeras de grupo, al vernos tan similares y tan distantes, pienso que cada país está en su revolución hacia su propia liberación.
Pienso que falta mucho por hacer. Seguro no vamos ni a mitad de camino de todo lo que debemos cambiar. Veo con mis binoculares olas que por ratos se apaciguan, por ratos se acaloran, por ratos rompen la arena con fuerza como maretazos. Son los golpes de la revolución que se vive en todas partes. En busca de igualdad, de reconocimiento, de mismas oportunidades. Mis nuevas amigas y yo, sin predecirlo, venimos de países que tienen en común el andar en un vergonzoso caos. Pero desde otro ángulo, de países donde la gente se cansó de lo mismo. La revolución empezó hace mucho, solo no hay que olvidarlo.
Con Carlos conversamos de esto cada almuerzo y cada cena. Críticos y cansados, sin mucho por hacer desde tan lejos más que compartir información con quien quiera leerla. Hace años que en cada elección nos embiste la furia de no vernos representados por nuestros gobernantes, de no identificarnos con los propósitos de las "mayorías", de indignarnos que se siga priorizando un discurso "proempresa" en lugar de "propersonas", que sea más importante destrabar megaproyectos que trabar de una buena vez todo el huaico de corrupción que salpica por todos lados como una tubería de desagüe reventada, que no nos duela en la ciudad que los indígenas mueran defendiendo su tierra y en cambio creamos saber que a ellos les conviene lo mismo que a nuestros bolsillos, que Car y yo podamos casarnos sin haberlo querido nunca, pero Jorge y Berto que tanto lo desean no lo puedan hacer, que sigan los jueces vendiendo su veredicto por menos de lo que vale su vergüenza, que se quiera seguir educando con moralinas religiosas basadas en la culpa y los moldes que no nos interesan más, que los clubes-de-Toby, de la construcción, de la minería y tantos otros aún anónimos sigan propagándose y sigan repartiendo no solo lo robado sino más inequidad.
Tal vez haya perdido mi derecho a votar y tal vez creas que si no estoy allá ya no puedo opinar, pero allá están los que amo, allá está mi vida de 38 años y por acá soy sola una pasajera, una errante, un colibrí migrante y no quiero que la distancia me haga perder de vista todo lo que hemos dejado en casa. Hoy estas letras con las que Eielson describía a Perú en su "Correspondencia Interplanetaria", siendo él migrante en 1954, me resuenan tan familiares: “Sí, el Perú es un planeta habitado. O mejor: una nebulosa de algodón y caña de azúcar, de petróleo y tungsteno, que algún día, tal vez sin que nadie intervenga para ello, habrá de girar en una órbita novísima, en un armonioso sistema espiritual dentro del universo salvaje que la rodea: la fuerza radical de sus latidos a despecho de los errores humanos que la gobiernan.”
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