Hace unos días he salido por primera vez sola de casa. Me ha tomado exactamente 35 días hacer una actividad sola. Desde que he llegado a Carrboro, he hecho una cuarentena voluntaria de 2 semanas; luego, he salido a hacer las compras, pasear, caminar, conocer a los amigos de Carlos, acompañarlo a la Universidad, pero no había salido sola. Me dio miedo y eso que no es mi primera vez en USA. Siempre había venido sola y sin conocer a nadie y nunca me había paralizado el miedo aunque sí, es verdad, siempre me intimidó un poco este país. A pesar de ello, no había necesitado compañía para sentirme segura. Sin embargo, esta vez, confieso, lo evité durante 35 días.
La pandemia, que justo tiene un año atacándonos, nos volvió inseparables con Car. Prácticamente hemos pasado juntos 24x7 desde el 13 de marzo de 2020 hasta el 10 de enero de 2021. Solo estuvimos "solos" mientras alguno hacía las compras o algún trámite rápido, 1 vez cada 10 días, porque nos encerramos estrictamente. Recuerdo con ternura que el 24/06, luego de 3 meses de cuarentena, estuve todo el día fuera y, cuando volví a casa, Car dijo "te extrañé", y la verdad es que yo también lo había hecho. Muchos días, todo el día juntos, tarde, noche, día y mañana, pero fue bueno, no me quejo. No recuerdo ninguna pelea dramática o ganas de ahorcarnos. Seguro hubo algunas discusiones, pero creo que hemos sido buenos compañeros de encierro. Dándonos espacio, consejo, oído y abrazándonos con todas esas emociones que nos tocó vivir en la ruleta rusa que fue la cuarentena. A pesar de ello, no era una dependencia la que me tenía paralizada, porque ya nos habíamos separado 1 mes, el 10/01/21, cuando Car vino a USA y yo me quedé ordenando la vida en Lima y, dentro de todo, todo bien.
Como decía, USA siempre me ha intimidado un poco. Es una cultura diferente. La gente te habla sin querer conocerte, hace comentarios, se ríe, no siempre los entiendo. Me intimida un poco. Las personas te saludan sonrientes pero también, a veces, se cruzan de calle cuando nos ven pasar. Me intimida. Acá, a no ser que estés en una gran ciudad, no es usual ver a gente caminar, no hay muchas veredas, y yo siempre que he venido he sido transeúnte, así que me ha tocado caminar largas distancias y, al sentir un carro que baja la velocidad o que sobre para, se me escarapela el cuerpo y me intimida mucho. Haber visto tantas pelas de asesinos en serie tampoco ayuda. Las personas separadas por su color de piel, por su forma de hablar y de vestir, me intimida. Los formularios que te preguntan cuál es tu raza; que se note que no soy de acá y que no lo entiendo todo; sus gorros, polos, banderas, tan USA, tanto patriotismo, sus matanzas, su Trump y su nivel de gasto y de despilfarro, la comida chatarra y la cantidad de plástico. Sí, todo eso, también, me intimida.
En fin, no era esa intimidación lo que me había bloqueado, porque, aún así, esta ciudad se ve amigable. Estos días he ido conociendo a Carolina del Norte por la virtualidad de mi pantalla. Mis días han estado bien activos, a mi estilo. Antes de las 6 de la mañana, listísima en el mat, por yoga o por un poco de ejercicio. Leo, escribo, cocino y, de cuando en cuando, damos vueltas por el barrio. Y exploro, en mi búsqueda de qué más hay para mí por acá, exploro... de la antes inexistente en mi radar Carolina, ahora sé que está en la costa este de Estados Unidos de Norte América, que este estado tiene 4 aeropuertos internacionales, 2 puertos, más de 144 840 km de carreteras, 16 universidades públicas y 36 colleges y universidades privadas. Y un tren que pasa cerca y al escucharlo me recuerda el despertar en Chosica. Para tener una idea, Lima, siendo la capital del Perú, tiene 1 aeropuerto internacional, 19 infraestructuras portuarias, 1 570.3 km de carreteras en todo el departamento. Sobre educación superior, en Lima hay más de 50 universidades (entre públicas y privadas). Y desde mi casa en Lima, en San Miguel, en algunas madrugadas silenciosas se podía escuchar el tren. Sus similitudes y diferencias me hacen pensar y repensar este espacio para mí.
Además, Carrboro, este pueblo donde vivimos, que parece Sayán del 2040, se ve súper tranquilo, al menos lo poco que conocemos por ahora. Entonces, no es USA ni esta ciudad la que me han bloqueado al punto de tenerme pegada a Car estos 35 días. Claro, aparte de la pandemia y aparte del frío, porque llegué en invierno y con las temperaturas al ras del cero no me provocaba salir. Sí, todo eso había ayudado a estar pegados, pero creo que lo que realmente había bloqueado a mi-ser-independiente era el hecho de no sentir que tenía un permisoobjetivojustificaciónpropia para mi estadía acá, algo mío, algo personal. Eso como que me había dado un poco de sombra. Me imaginaba deambulando sola y que me paraba la policía en la calle (sí, tengo esa paranoia por más legal que esté), y que iba a tener que andar siempre con el pasaporte y explicar mi estancia en estos lares, que yo misma estoy moldeando aún y, no sé, se me hizo un tanto pesado, un tanto enredado... Y sí, todo eso está solo en mi mente, pero por todo eso había postergado, me había negado, me había bloqueado un poco a querer hacer algo sola, excusas, excusas, excusas.
Y, entonces, decidí salir sola después de 35 días para hacer algo para mí. Aterricé en el Carolina Community Garden, un lugar donde voluntarios del barrio siembran, cuidan, cosechan, hacen compost, producen vegetales en medio de la ciudad y con la motivación de que la producción vaya a las manos de las personas que lo necesitan más. Qué significativo se vuelve esto ahora que lo escribo, porque a veces las cosas simplemente se dan, a veces las escogemos y vamos por ellas, pero, a veces, la claridad viene después, como ahora cuando lo escribo. Salí de casa, tomé mi bus, llegué temprano, esperé en una banca cerca al jardín, contemplé las calles, me enfrié un poco, tomé algunas fotos y, luego, faltando minutos, empecé a acercarme, repasando cómo presentarme, quién soy y quién quiero ser, en inglés.
La actividad asignada para mí fue el compost. ¡Perfecto! Mientras miraba a las personas en cuclillas trabajando, con sus distancias y sus mascarillas, no recordaba cuándo había sido la última vez que agarré una lampa, seguro hace mucho. Lo que sí recordaba es que, ahora en marzo, son justo 20 años que empecé mi relación con el campo. Fue en marzo de 2001 que ingresé a la Universidad Nacional Agraria La Molina, y además de mis clases de mate, biología y química, de las que me escapaba para fumar y reír en el pasto, empecé mis jornadas de duro trabajo en el campo. "Cultivar al hombre y al campo" dice el lema de La Agraria y lo recuerdo mientras siento el viento en el rostro y con la fuerza de mi cuerpo golpeó la lampa contra el suelo.
Irse para volver es lo que viene a mi mente. Terminar para empezar. Cerrar para abrir. Ciclos, círculos, espirales. Pasan los años. Cambio. Crezco. Ya no soy esa chiquilla de pelo largo, de botas guerreras y collar de semillas en el cuello, bueno, un poco sí. Tanto ha pasado en 20 años, pero hoy que tengo que volver a construirme un presente, sin programarlo mucho, he vuelto a elegir al campo como mi primera actividad sola, como la primera tarea en mi agenda, un tanto vacía de obligaciones, pero llena de voluntades.
No soy la misma. Nada es inmóvil. Todo muta en la naturaleza, como este compost que voy picando, removiendo y acomodando. Tiempo, humedad y temperatura para que se transforme la pudrición en vida. Yo también me he transformado. Esos 20 años los traigo conmigo y me traen acá. Sigo teniendo más incertidumbres que certezas. Sigo teniendo miedos y sombras, pero tengo algo que no tenía antes, que es más satisfacción con lo que soy, más amor por quien soy. Me abrazo más.
Hoy me acuesto con dolor en la espalda baja. Pienso que mañana va a ser difícil salir de la cama, porque, vamos, mi cuerpo ya no tiene 20 como para pasarme 2 horas paleando y paleando, pero siento que he vuelto al principio para empezar a desbloquearme. Sonrío.
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