No cabe todo lo que tienes en una maleta. Ni en 2 ni en 3. No hay consejo ni experiencia previa para hacer la maleta de un migrante. Fotos, recuerdos, comida, el chal de la abuela, los aretes de mamá, el dibujo de la sobrina. Todo es igual de importante. Todo tiene que entrar.
Luego de luchar con mi maleta varios rounds, y perderlos todos porque, por más que empujé, saqué y volví a doblar, no entró todo, me di cuenta que no quería llevar las cosas en mis maletas, me quería llevar historias, gente, raíces. No quería el abrigo, quería el abrazo. No quería el sazonador, quería el almuerzo. No quería los aretes, sino la caricia. Y nada de eso entraba en mi maleta, ni aunque venga Marie Kondo a ayudarme con ella.
Acepté mi derrota. Saqué lo que ya no entraba en mi gorda maleta. La volví a cerrar, pesó y calzó según los límites internaciones permitidos para maletas de migrantes. Y volví, una última vez, a abrazar, a almorzar y a reclamar esa caricia. Miré los ojos, directo y sin pantalla, de aquellos que, si hubieran leído mi mente, tal vez, se hubieran asustado de la fatalidad que atravesaba por mis pensamientos. ¿Estarás acá cuando vuelva? ¿Podremos abrazarnos otra vez? ¿Me recordarás cuando no esté? ¿Podremos permanecer juntos en la distancia? ¿Estarás bien? ¿Me olvidarás?
Mis maletas, además de mi ropa y zapatos, tenían café y chocolate, mis favoritos. 3 ollas y 1 sartén. Cuchara, cucharón, cuchillos y cubiertos. Molde para queque, espátula y medidor de tazas. Tápers con canela, curry y manzanilla (es que estaban recién abiertos). Primer cuadro que adornó nuestro hogar. Juego de tazas de nuestro primer viaje juntos. 2 juegos de mesa pequeños. 3 libros de yoga que aún no había leído. Una foto hermosa de mi familia. Lo que se quedó fue sacha inchik, más café y chocolates, colador, molde grande para pasteles, mi yogurtera, más tápers, algunas cosas más para comer y un poco más de ropa.
He hecho maletas muchas veces, viajes largos o cortos, de vacaciones y de trabajo. Siempre había tratado de ir con lo menos. Practicidad y menos bulto mejor. Pero esta vez tenía un plan, sin plan. Un viaje solo con ticket de ida y sin saber si la pandemia, el dinero, la vida, me permitirán volver pronto. No sé qué pasará, qué encontraré, ni qué haré. Aunque me gusta el control y la planificación, esta vez me he dejado llevar por el azar. Tal vez haya sido esa incertidumbre la que ha querido meter de todo en esas maletas para tratar de tenerme lista para todo, pero es imposible.
¡Hermoso, exacto y profundo Yasmin!