Ir al baño, comprar un desodorante, lavar los platos, elegir el cacao para el desayuno. Todo es diferente. Prender la luz, usar la cocina, libras, millas, Fahrenheit. Todo es diferente. Enchufar los aparatos, limpiar la casa, secar la ropa, ventilar los cuartos, planchar. Todo es diferente. Hablar, pensar, entender, expresarte, compartir tus sentimientos, soñar. Todo es diferente. Los horarios, las costumbres, las personas alrededor, nuestras rutinas, los amigos, el paisaje. Todo, todo es diferente. No digo que sea bueno o malo; trato de no catalogarlo como mi cerebro quiere hacerlo. Trato de no ponerle una carga que me haga sentir mal. Simplemente observo y describo.
Cuando preparábamos el viaje, teniendo en cuenta que otras veces una arrocera me había salvado de varias -sopa, segundo, agua y postre-, Carlos viajó con una arrocera pequeña bajo el brazo. Intentó usarla cuando recién se acomodaba por acá. A una taza de arroz le tomó más de 2 horas en cocinarse, si es que acaso se cocinó. El motivo: acá la corriente es de menor voltaje y al aparato le toma más esfuerzo llegar a la potencia para la cocción. Como resultado, la pobre arrocera nos sirve hoy de táper.
Comprar es todo un aprendizaje. Algunas marcas son las mismas, pero con muchas más opciones. Cuando tengo muchas opciones, me mareo. Para elegir quiero comparar: me mareo. Para todo hay demasiadas variantes. Por forma, tamaño, tipo de producción, contenido. En Perú, me rayaba con las mil opciones para el papel higiénico. Después de que hiciera mis comparaciones, al comienzo de la convivencia con Carlos, ya tenía mi fórmula para elegir nuestros productos y todo era más sencillo. Acá no hay mil opciones, hay cinco mil y para todo, porque, por un lado, es un país de 330 millones de personas y eso quiere decir muchos estilos, muchos gustos y muchas alergias. Y, por otro lado, porque acá compran, usan, botan, compran, botan, compran, compran, compran. Así, todo eso se traduce en muchas marcas nuevas, muchos productos nuevos, muchas opciones.
Llegamos de Perú con provisiones de desodorantes y shampoo; por la sensibilidad de mi piel debo usar unos especiales. Cuando se acabaron las provisiones, me tocó marearme buscando el correcto shampoo y desodorante. En algunos casos, me gusta tener muchas opciones más. De todo precio y, sobre todo, muchas opciones veganas y cruelty free que me alegra poder encontrar por acá. Además, buenas ofertas si es que hago mi compra en cantidad. Por ello, en nuestros roperos y alacenas, estamos stockeados de productos a buen precio y que, cada vez que los veo, me hacen pensar que estamos equipándonos para el búnker.
Acostumbrarse al cambio para mí no es complicado. Me aburro rápido con la repetición de las cosas. Mi cerebro gusta de armar procedimientos y estructuras para economizar tiempo y recursos (eficiencia le llaman), pero luego de probar su efectividad, pues me aburro y vuelvo a buscar otro proceso a optimizar. Entonces, 7 meses después de haber iniciado mi aventura de migrante y con muchos cambios de por medio, mi cerebro se ha mantenido activo y renovado. En simple, he disfrutado de los cambios, los he vivido como procesos y no como hechos. Y sigo en el proceso, porque, como decía al comienzo, hasta ir al baño es diferente.
Uno de los cambios al que aún nos reusamos es al lavaplatos. No entiendo aún su necesidad. Se enjugan todos los platos antes de meterlos a la máquina. Si algo está muy engrasado, no sirve. Hay servicio que no es apto. Consume luz y consume agua. Mmmm... no, por ahora.
Tampoco nos hemos rendido a la inminente necesidad de tener un auto. Todos nos dicen que es básico, fundamental y necesario contar con uno. En Perú, aunque en algún momento coqueteamos con la idea, al final nunca lo llegamos a sentir tan necesario. Bicicleta, caminata, taxi y bus. Ese orden de importancia seguíamos para elegir transporte. Y si al final, realmente necesitábamos un carro, que a veces sucedió, lo pedíamos prestado. Acá, nuestro mundo aún es muy pequeño. Todo lo que necesitamos hacer está a la distancia de un bus más una caminata o una caminata más un bus. El bus no cuesta, la caminata es siempre bienvenida.
Otra ayuda que compensa esta vida sin carro es que tenemos amigos que tienen el suyo y que son muy amables de avisarnos cuando van a hacer una compra lejos o van a salir de la ciudad. Amorosos amigos hemos encontrado que son muy felices de sacarnos de los 35 m2 que es Chapel Hill. Otro punto que nos mantiene lejos de siquiera pensar en un carro es que hace 2 semanas llegó a nuestras vidas una bici de segunda. Un vecino, cuya hija nunca se enganchó con su bici, nos la vendió y estamos refelices con tener 2 ruedas otra vez. Compramos un casco y estamos haciendo algunos tramos con esta belleza que hemos bautizado como "Jade".
Otro de esos cambios a los que aún no nos hemos acostumbrado tampoco es el aire acondicionado. Las personas por acá lo tienen prendido 24x7. En casa, tenemos nuestro sistema. Primero, abrir ventanas. Si no es suficiente, prender ventilador. Si no es suficiente, cerrar ventanas, apagar ventilador, prender aire acondicionado. Suena obvio, pero nadie abre las ventanas por acá. No lo prendemos, no por ser amarretes, aunque un poco sí lo somos. Sin embargo, a 40° C definitivamente hemos agradecido tener esta tecnología que aligera el soponcio del cambio climático.
Hace unos días me preguntaron sobre mis expectativas con respecto a USA y el choque cultural. Qué había esperado y qué había sido diferente, para bien o para mal, qué es lo que me estaba costando más en mi adaptación. Respondí sin dudar. Para bien, no esperaba estar rodeada de tanta naturaleza, de tanta calma. Para mal, creo que a pesar de haber venido antes acá, de sentirme "cómoda" con el inglés, de entender y hacerme entender, no es fácil expresarse. Y me refiero a esa diferencia entre hablar y expresarse, entre escuchar y comprender. Crear lazos en otro idioma es complejo, porque los lazos se crean con intimidad y la intimidad depende de los sentimientos y emociones. Transmitir tus emociones en otro idioma es diferente, no es malo ni complejo, solo es diferente. Por tanto, toda la cadena que de ella depende, es diferente. La intimidad, los lazos, comprenderse... Y seguirá así, me imagino, hasta que esos 7 meses se conviertan en 7 años, y estos, en 7 vidas tal vez. Y todo siga siendo diferente.
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