Una de los primeras lecciones cuando migras es aprender a confiar. Si vienes de una ciudad agresiva y densa como Lima, confiar en el extraño no es habitual. Al contrario, desarrollas por naturaleza un olfato para detectar el robo, la estafa, al vivo y orgullosa dices ¡a mí no me la van a hacer! Seguro eso sirve para sobrevivir allá, pero en otro tipo de entorno repetir la desconfianza solo te aísla. Cuando llegué a este pequeño pueblo me sorprendieron algunos hábitos como que los carros se detuvieran para que atravesara la pista, que la gente me salude sonriente cuando me los cruzo por la calle, que mis deliverys se queden afuera de la casa por horas y nadie los toque y más. Las primeras veces me costó creerlo, miré con suspicacia alrededor tratando de entender dónde estaba el truco. Pero, no lo hay. Simplemente, en otros espacios, el orden de las cosas lleva otra prioridad. Y aunque toda esa buena convivencia entre vecinos alguna vez reinó en mi Lima querida, hoy son solo recuerdos de una amable ciudad que no existe más.
Cada una de esas experiencias me ha sorprendido y me ha hecho sentir cómoda a pesar de estar lejos de casa y además, me sigue enseñando a confiar. Pero hubo algo que superó de lejos mis expectativas de bondad y buena vecindad y ese algo se llama BUY NOTHING.
Este grupo es promovido por el movimiento que lleva el mismo nombre y que existe en diversas partes del mundo con el propósito de compartir y recircular los bienes dentro de la comunidad. Parte de las reglas es que los participantes sean vecinos, que vivan en lo que el grupo haya definido como área de interacción; y no cobrar nada. Se trata de una economía basada en el compartir de la comunidad, no en caridad. Los miembros pueden pedir lo que quieran, sin importar si es una necesidad o un deseo, y también pueden anunciar lo que tienen para regalar.
El grupo de Facebook al que llegué es muy activo con todos los pedidos y ofrecimientos que además, muchas veces, incluye la entrega a tu puerta. Es un grupo de menos de 1000 personas, todas muy amables y todas dentro del radio de aproximadamente 5 km. Lo encuentro increíble y me encanta que se promueva el no desechar, el compartir dentro de la comunidad y el no generar innecesarios gastos ni consumismo y que rebalse de mucha gratitud que se expresa con efusividad.
Así es como este año he recibido muchos regalos, desde los parlantes de mi computadora, pasando por la mesita de la sala, adornos, libros, rompecabezas y hasta un colchón inflable para los esperados visitantes de nuestra casa. Lo otro que también encuentras en este grupo son los préstamos. Eso vuela completamente mi cerebro. Acordamos el día de recojo, el día de la devolución y luego le sigue una confianza absoluta entre desconocidos que respetan el acuerdo pactado. Así es como hemos vuelto a jugar tenis con Carlos, con raquetas y pelotas que una amable vecina me prestó mientras ella no tiene tiempo para volver a las canchas. Me pregunto si algo así funcionaría en Lima o en Perú, espero que sí, calculo que sí, me aferro a que sí.
Yo, que creo en el amor y en la bondad de las personas con fe de enamorada. Aunque a veces, como engañada enamorada pierdo esa fe por completo, este tipo de interacciones me la devuelven absolutamente. La alegría con la que la gente comparte y se preocupa por el otro me hacen seguir confiando. Las primeras veces que iba a recoger los regalos, fui con miedo, pensando que tal vez era una trampa y que iba a terminar viviendo 30 años en un sótano hasta que por fin un día pudiera escapar y volver a ver la luz de una ciudad que no reconozca más y que me conozca menos. Pero no ha sido así.
Por el covid las entregas son solo en lo que la mayoría de casas tiene por acá, el porch, sin contacto. Colocan una bolsa con tu nombre y a veces, hasta incluyen algún pequeño mensaje que imagino escribieron con mucha ilusión de que, lo que en algún momento les fue útil y no más, encuentre otro hogar. Así, me he pasado recibiendo y recibiendo y llenándome de gratitud hacia ese movimiento, hacia los vecinos, hacia la vida que me permite seguir aprendiendo cosas tan simples como confiar. Y mientras estos regalos llegaban a llenar alguna necesidad o satisfacer un súbito gusto material, otro inesperado regalo llegó por acá.
La partida de Lima, en medio de la pandemia, nos permitió pocas despedidas y menos abrazos. Quedamos sin poder decir adiós a amigos que con los años se convirtieron en nuestra familia. Pero hace unos días, tuvimos la oportunidad de recibir a algunos en casa. Un viaje inesperado para ellos los trajo cerquita a nosotros, y nos encargamos de acomodar unos días para vivirnos otra vez y seguir llenándonos de recuerdos, historias, abrazos. Llegaron con regalos en una noche que parecía navidad, por el calor y la familiaridad de tener en casa a personas con las que no hace falta decir mucho, que saben al mirarte que lo único que necesitas es ese abrazo que ya vienen a darte. Entonces, a los 6 meses exactos de haber empezado este viaje, habiendo batido mi récord personal de tiempo lejos de casa, con algunas lágrimas, con mucho aprendizaje y muchas, muchas sonrisas, me siento inmensamente agradecida por los regalos, tangibles, físicos y los que llegaron directo a mi corazón.
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