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Yasmin

No suelo recordar mis sueños

Actualizado: 26 mar 2021


Imagine all the people sharing all the world

Nuestros cuerpos no se movían. Espalda

contra espalda, abríamos los ojos ante un día que queríamos retrasar. Era sábado y no había apuro por levantarse. Tú rompiste el silencio preguntando ¿Qué soñaste? Todos los días iniciabas el día con esa pregunta aun sabiendo que todos los días te diría no recuerdo. Y era cierto, no recordaba. Pero esta vez mi monótona respuesta cambió.


Sus palabras me enfrentaron contra un rótulo que no entendía. La palabra chola salía con asco de unas bocas tiernas, rojas, bien dibujadas en unos rostros blancos, rosados y bien simétricos. Podían intercambiarla con serrana, negra, fea. Todas resonaban con el mismo asco. Un asco al que tampoco antes me había expuesto. Regresé a casa y me vi en el espejo. Tal vez por primera vez me veía tanto. Me acerqué. Empecé a ver mis poros, a empañar el reflejo. El espejo me había servido antes para jugar, sonreír, hacer muecas, para reconocer mi forma, mi tamaño, mi cuerpo. Sin embargo, ahora me miraba y me preguntaba si era chola, serrana, negra y fea. Esas etiquetas aún nadie me las había asignado. Quise creer que había sido un mal sueño, un mal juego y dejé por un momento que callen las voces en mi cabeza para volver a mi rutina. Fui a dormir. Ya casi lo había olvidado. Cerré los ojos y me entregué al descanso.


Al día siguiente volví queriendo empezar de cero. Saludé, sonreí. El día anterior me había mareado con las palabras nuevas, con el asco, y no había podido disfrutar de esos colores. Este lugar era increíble. Nunca había visto algo así. Se sentía tan cálido. Me provocaba jugar y dormir, qué más podía pedir. Los jardines eran grandes, interminables, laberintos para esconderse y encontrarse. Las construcciones tenían paredes de vidrio, con láminas de colores que reflejaban la luz. Arcoíris por todos lados. Elefantes, tigres, almohadas, en una esquina una cama pequeña con una cocina pequeña con una bebé pequeña. Al medio día el brillo en las paredes anunciaba que el jardín nos esperaba. Los gritos de felicidad rebalsaban. Nunca antes había estado en un lugar tan bello. No dejaba de asombrarme. Los colores eran pasteles, los olores eran pasteles. Quería jugar y dormir.


Me acerqué feliz a la persona más próxima, conversamos un rato, parecía disfrutar del lugar tanto como yo. Todo lo del día anterior empezaba a borrarse. Pensé que íbamos a ser amigos. Yo no tenía amigos. Había oído hablar de ellos, pero nunca había tenido uno. Anhelaba tanto tener uno. Tal vez mis manos puedan enlazarse con las suyas. Tal vez nuestras miradas puedan sostenerse cómplices, tal vez. Pero el tal vez no duró mucho. Las voces empezaron a volver. ¡Chola, serrana, negra, fea! Él también las escuchó. Su mirada cambió. Como si me viera por primera vez, su calidez se tornó en asco. Se fue.


Ocasionalmente alguien se acercaba o yo me acercaba a alguien, pero la interacción era corta. Las voces siempre volvían y cada vez me avergonzaban más. Me ahogaban. Me asustaban. Pasó poco para que todos pudieran advertir que acá había alguien de quien alejarse para evitar, si quiera rozar, ese rótulo que me pusieron en la frente, peligro, no es como nosotros. Con el pasar del tiempo pude notar que en verdad era diferente. La piel del resto era blanca, rosada, era diferente a mi piel marrón. Sus ojos verdes, caramelos, eran diferentes a mis ojos negros. Sus cabellos castaños y rubios eran diferentes a mi cabello lacio, negro chillo. Pero siempre me había sentido cómoda con mi marrón y negro. Los colores me servían para pintar, no para nombrar a las personas.


Pasaron los días. Se había aligerado el asombro general para convertirse en un ambiente cómodo, familiar. Todos volvían con naturalidad. Los arcoíris ya no llamaban la atención y los jardines ya no te podían esconder. Yo fui quedando en una esquina, sola con mi diferencia, sola con mi rótulo de chola, serrana, negra y fea. Se había armado un muro entre mi espacio y el resto. Las voces empezaron a doler. Sus miradas empezaron a doler. Volvía cada día con un nudo en el estómago, sudando, transformando mi rostro en un puño que pueda rebotar los gritos, transformando mi corazón en un músculo duro que pueda resistir el dolor. Debía volver todos los días y ver el asco que mi presencia causaba. Llegaba a casa a llorar y a querer morir. Ya no anhelaba amigos. Quería desaparecer. El asco ya no era solo suyo. Me lo habían contagiado. Me miraba al espejo renegando de mi marrón y negro. Me pellizcaba, me arañaba, y lloraba por mi marrón y negro. Por qué no era blanca y rosada, por qué no era rubia y castaña. No lo entendía. No entendía cómo tanto odio podía salir de esos pequeños cuerpos. Trataba de entender en el espejo qué había hecho para merecer esto.


Descubrí que pasar desapercibida, calladita, concentrada los mantenía tranquilos. Descubrí que hacerme la fuerte, la ruda, la indiferente me mantenía tranquila. Me fui haciendo invisible. De vez en cuando alguien me veía como un fantasma o un aparecido. Me hablaban bajito, se acercaban rapidito, pero, por lo general, yo no estaba ahí. Un día no volví y ya nadie me volvió a gritar chola, serrana, negra y fea. Pero yo seguí tratando de ser invisible para evitar volver a oír las voces. El silencio fue mejor, aunque esas voces se quedaron en mi cabeza y en el espejo.


Tu espalda ya no tocaba mi espalda. Te habías volteado. Con los ojos húmedos me mirabas como si te contara un cuento de terror. Me abrazaste conmovido diciendo ¡Qué tal sueño!, deberías escribirlo. ¿Cómo acaba?

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2 Comments


Marcelo Cedamanos
Marcelo Cedamanos
Mar 25, 2021

Por supuesto que el sueño no ha acabado. De niños, esas actitudes de otros niños hacia el que es diferente, suelen hacernos mucho daño. Con el paso de los años los niños ya no son tan niños y el entorno los induce a seguir siendo crueles; quizás para ayudarse a defender de otros fantasmas que los agobian. Cuando maduramos, no podemos volver en el tiempo y siendo más fuertes en cuerpo y alma, enfrentar a los que que nos agredieron, pero si podemos comprenderlos y hacer lo posible porque otros niños no sufran ese tormento. Seguro no siempre lo lograremos. La discriminación en el Perú y en el mundo es una pandemia que algunos aún la niegan, y ello e…

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Yasmin
Mar 26, 2021
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Que bonito lo que compartes, gracias. De seguro mejor que nuestros abuelos y los abuelos de ellos, pero aún tanto por hacer en Perú y en el mundo. Abrazo!

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