El primer cumpleaños lejos de casa ha sucedido. Zoom ayuda y estorba, pero es lo que hay.
Cumples 95 años y lo has visto todo. Solo te faltaba vernos chiquititos, del tamaño de una aceituna, enjaulados en cuadraditos en los que nuestros gestos se confunden. Ya no ves bien, repites. Ya no oyes bien, te quejas.
Disculpa que no pueda darte el cumpleaños que se merece alguien que ya lo vivió todo.
¿Cómo agasajar a alguien que guarda 95 febreros en su ropero con llave? ¿Cómo celebrar 95 febreros en pandemia?
No es tu primera pandemia. Antes de despedirnos me contabas que, en Huancayo, de niña, viste la peste bubónica pasar por la puerta de tu casa. Vecinos y familia morían. Pero tuviste la suerte de escapar. Tu familia regresó a Lima y fue suficiente para librarte de la enfermedad. Me preguntas si allá, a donde me voy, también hay pandemia.
Ahora, las noticias te bombardean de realidades que parecen ficciones. Ya no hay camas UCI, decías cuando nos despedíamos. ¿A dónde se las han llevado? Se roban hasta las camas. Hace unas semanas habían instalado nuevas. Trato de explicarte, pero es verdad, ya no oyes bien. Y mi mascarilla y la historia no merece que perdamos tiempo explicándola. No, no hay más camas. Todos son unos corruptos. Mejor me uno a tu rabia.
En nuestra despedida, te he abrazado fuerte. Cuando te dije que el viaje era por 5 años, me has mirado en silencio, has dicho que es mucho tiempo. No he dicho nada. Te he besado y te he agradecido por las caricias; por coger siempre mis manos frías y ponerlas en tus mejillas cálidas. Por caminar siempre erguida, siempre viva. Por enseñarme a amar, a honrar a nuestros viejos, por enseñarme a reír a carcajadas sin que me importe el resto. Por enseñarme a ser nudo, a ser eje, a ser imán. Eso eres en nuestra familia grande y variada, nudo, eje, imán. Tu casa, hoy en silencio, nos atrajo, solo por ti. ¡Solo por ti!
Disculpa que esas gracias las diera en silencio.
Me tienen encerrada, reniegas. No puedo salir ni a la puerta, gruñes. Si pudiera regalarte algo hoy, en tu cumpleaños, solo te daría un permiso del viento para que sobrevueles el tiempo. Que recuerdes con templanza todo lo que has gozado, todo lo que has festejado. No con conformidad, pero sí con saciedad. Tal vez, ese sería mi regalo, para darte un poco de tranquilidad, no quiero decirte que no necesites más, pero quiero que recuerdes que ya lo tuviste todo, bueno y malo, feo y bello, triste y alegre, y todos sus matices. Y sabes qué más te regalaría, tu viaje a Suiza que siempre pedías. El frío de los Alpes Suizos en tus mejillas cálidas, eso sí que te faltó.
Entonces, le pediría al viento un permiso más. Que te lleve a la cima del Cervino o del Titlis, que te lleve volando rapidito, sin mascarillas, sin aviones, sin maleta ni andadores. Solo un ratito para que tus patitas rocen el hielo que tanto anhelas y tu cuerpito recuerde que está vivo, muy vivo.
No reniegues, Antonieta, así es el cuerpo físico; se usa, se cansa, se agota. No reniegues, Antonieta, ese cuerpo no eres tú.
Tú eres ternura, belleza, sonrisa.
Tú eres amor, esperanza, memoria.
Tú eres calidez, fortaleza, entrega.
Entrega.
¡Entrega!
Te dejo mi voz por si no quieres leer.
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