El sábado a la media noche los cánticos sacros del primer piso convulsionaban en nuestras ventanas. Los imaginaba convulsionar a ellos también. La guitarra, el tambor y las voces estaban más fuertes que nunca. Llevaban días cantando. Parece que todo era el ensayo para este clímax divino.
La Semana Santa la habían vivido en su confinamiento y yo había sido testigo invisible de sus actividades. Puedo dar fe que su fe estaba más desatada que las semanas previas, y eso ya había sido sorprendente con las liturgias a todo volumen por sus parlantes y con todas los "como no creer en Dios" que interpretaron desde que estamos encerrados y que terminé coreando sin darme cuenta yo también. Antes de la pandemia pensé que eran vecinos comunes. Los he oído maldecirse, los he visto forcejear en la puerta. He presenciado cuando la policía se llevaba a uno de sus hijos en calzones mientras la madre gritaba que, así desnudo como lo había recogido, así desnudo lo dejaba ir porque ya no soportaba más el dolor. Bueno, tal vez no eran vecinos tan comunes. Pero sus fiestas nunca pararon. Dos veces por semana, miércoles y sábados. Tenían reuniones saturadas de comensales. Desde casa los escuchaba. Porque en este edificio, las paredes solo nos tapan las vergüenzas, pero no callan las voces, gritos o cantos. Por momentos, incluso, parece que las voces llegan a borrar las paredes. Como si en este confinamiento nos hubiéramos vuelto más que vecinos, convivientes, predecimos sus movimientos, intuimos sus silencios, imaginamos el porqué de sus vicios.
Y, pese a todo, nunca los había pensado tan devotos. La bulla no cesó hasta que Cristo resucitó de entre los muertos ya bien entrada la noche. Cristo vive, Cristo está entre nosotros, anunciaba que el sueño por fin podía aterrizar en mi cama. Nadie es lo que parece ni nadie parece lo que es. Mientras mis ojos cerrados en la oscuridad del cuarto por fin empezaban a relajarse, imaginaba a Cristo que entraba por su puerta después de tantos gritos diciendo "mujer, calma. Ya estoy acá. Yo te perdono. ¿Tú lo has hecho?" Mi mente aún consciente recordó una vieja historia de mi tía que, en una noche en que compartía cuarto con alguna abuela religiosísima y, que se pasaba la noche rezando en voz alta e invitando a todos los santos a su cama, decía "con San Pedro me acuesto, con San Pedro me levanto, con la Virgen María me acuesto, con la Virgen María me levanto, con San Hilarión me acuesto, con San Hilarión me levanto..." y cuando llegó como al santo número 15, pues la abuela cayó al piso entre risas y reclamos por haber metido a tanta gente a la cama. La historia me hace sonreír como todas las veces que la escuché y por fin me duermo.
Luego, me he cruzado con los vecinos en las escaleras, con el metro y medio de distancia y nuestros ojos sobre la mascarilla. Nos hemos saludado con las cejas. Yo los veo igual. No parecen haber cambiado solo que, ahora el confinamiento me ha hecho participe de sus súplicas sacras, sin querer; sus siluetas ya no parecen tan borrosas y hasta creo que los he visto con cierto cariño. Qué habrán descubierto ellos de mí. Imagino que mientras mis cejas se mueven en el saludo y yo evoco el recuerdo de la noche anterior, ellos evocan alguna historia mía. ¿Cómo me intuirán?
Querida Yas, los vecinos son lo máximo jajaja.
Soy culpable de haber escuchado conversaciones ajenas en tantas ocasiones, algunas veces solo por curiosidad, otras porque era inevitable escucharlas. En algunas ocasiones eran desagradables, y más aún porque sabias que ellos sabían que los estabas escuchando, y eventualmente te ibas a encontrar con ellos en las escaleras del edifio y no te quedaba de otra que dibujar una sonrisa incomoda con la que querías transmitir un "descuida, no escuche nada".
La convivencia en un edificio es difícil, he tenido que llamar varias veces a serenazgo denunciando peleas horribles, en alguna ocasión llamé desesperada porque escuché a mi vecina reclamarle a su pareja entre gritos un "que le haz hecho en mi…
Cometí un lapsus, no miré el título referido a 2020 y al Perú. Felizmente esos escándalos no ocurren normalmente en ese estado.
Si, efectivamente, ustedes se están, sin quererlo, acostumbrándo a convivir con más personas y familias. Ello en las áreas metropolitanas del Perú, no es tan común por la utilización mayoritaria del ladrillo y cemento que son materiales más acústicos que la madera, utilizada mayoritariamente en USA. Pero por ejemplo en las villas de la marina en las provincias del país, donde no nos ha tocado vivir, mis amigos me cuentan de que no existía intimidad conyugal ni familiar; ello por lo aligerada de las construcciones. ¡Terrible! En los almuerzos comunitarios, salían a relucir en boca de otras personas, las conversaciones que se habían tenido en la alcoba. Creo que aquí se agrava la cosa por la amistad entre compañeros …
Muy interesantes tus comentarios y donde fueron ???